El niño normalizado

Método Montessori y el niño normalizado

María Montessori creía que el propósito de la educación es proporcionar al niño una ayuda indirecta para su vida. Debe ir mucho más allá de la mera adquisición de conocimientos en varios campos de la cultura. Por otro lado, ella pensaba que el niño en quien recae esta “carga de la educación” tiene una naturaleza totalmente diferente a aquella del adulto. Porque mientras que el adulto ha alcanzado su ajuste en la especie, el niño se encuentra en un cambio constante creando así al Hombre que llegará a ser. Además, el ambiente en el que se desarrolle lo va a formar de la misma manera que su herencia genética.

Mientras que Sigmund Freud estudiaba las varias anormalidades del comportamiento de un niño (enraizadas en la infancia), la Dra. Montessori estudiaba el problema psicológico del niño sugiriendo que el ambiente ideal para el niño debe ser preparado individualmente para cada ser humano en completo desarrollo; que las necesidades del niño deben ser estudiadas en cada etapa, además de la forma en que sus necesidades deben ser satisfechas.

El primer grupo de niños normales que la Dra. Montessori tomó para estudiar, le dio la oportunidad de observar estas necesidades. Ella era la persona idónea para hacer estas observaciones ya que por su preparación como antropóloga y siquiatra tenía un profundo entendimiento de la fisiología y neurología del niño. Agregando a todo esto, su experiencia con niños discapacitados y con retraso mental y su estudio junto a los Dres. Seguin e Itard completaron su investigación sobre el proceso cognoscitivo del niño.

Sin embargo, las primeras experiencias de la Dra. Montessori debieron haber sido un reto para ella, pues describe a los niños como “60 niños temerosos, con lágrimas en los ojos, tan tímidos que era imposible hacerles hablar, sus rostros eran inexpresivos con miradas aturdidas, como si nunca hubieran visto nada en su vida”.

Estos 60 niños le fueron dados junto con una ayudante sin entrenamiento, solo porque el dueño de ciertos departamentos (donde vivían los niños) quería mantenerlos ocupados para evitar que destruyeran su propiedad. Ya que la Dra. Montessori no tenía la intención de desarrollar un sistema pedagógico, empezó sin ideas fijas de lo que enseñaría a estos niños. Se limitó a observar lo que necesitaban hacer y aprender. Entonces preparó material que los ayudara a satisfacer sus necesidades. Lo que sucedió después fue increíble hasta para ella misma; pues estos niños con todo y sus privaciones, florecieron bajo esta libertad y gusto por el trabajo. El gusto por trabajar llenaba sus necesidades. Le revelaron no sólo su enorme capacidad para el desarrollo intelectual sino una extraña sensación de satisfacción y serenidad.

Mostraron un verdadero espíritu incorruptible y sin necesidad de premios o castigos, encontrando así un gozo en el prodigioso trabajo que los envolvía. Regresaban de sus labores satisfechos de una experiencia creativa. Al trabajar crecían en disciplina y paz interior.

El ver a estos niños que mostraban las verdaderas características de una niñez normal, fue la fuerza que motivó a la Dra. Montessori por el resto de su vida. Este secreto de la infancia que ella seguía con toda la vitalidad y sus incansables esfuerzos y observaciones, llegaron a ser su razón de ser; desarrollando su percepción sobre la personalidad síquica del niño.

Las guías debemos ayudarnos basándonos en el crecimiento que ha tenido lugar en el niño desde su concepción hasta el momento en que llega a un salón Montessori. Si tomamos en cuenta el primer medio ambiente del niño: el vientre de su madre, nos daremos cuenta que la naturaleza nos ha dado una pista del ambiente ideal. Aquí el bebé encuentra y recibe calor, alimento, seguridad, refugio, protección y libertad para desarrollarse sin perturbación, respondiendo al plan de la naturaleza.

El segundo medio ambiente será aquel del hogar. Qué tan perfecto será, depende totalmente de qué tan claro entendamos las necesidades del ser humano en desarrollo y cuán amorosas y desinteresada sean estas necesidades provistas a él. Debemos de considerar las necesidades del niño tan analíticamente como consideramos las necesidades de una planta que debemos cultivar. Uno no puede esperar que se desarrolle una planta perfecta si la necesidad de la planta de sol, es ignorada, o si se le expusiera al sol y la necesidad del agua se le negara;  o si estas dos necesidades fueran cumplidas, pero la planta fuera forzada a crecer en tierra infértil.

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